



Como en los minutos finales de un partido de alto voltaje, las últimas horas de julio reservaron lo mejor —o quizá lo peor— para el desenlace. El curso político local y provincial concluye envuelto en tensiones que anticipan un otoño especialmente agitado, sumándose además a la deriva política nacional.


La oposición, que hasta hace poco proyectaba una imagen de unidad, se muestra hoy fracturada, dividida y visiblemente debilitada. El señalamiento al principal partido de la oposición y el cruce de acusaciones en el último Pleno no solo han dinamitado puentes políticos, sino que también han afectado relaciones personales, dejando una estela de desconfianza. La exposición pública de trapos sucios proyecta una imagen de descomposición que erosiona la credibilidad del partido señalado y juega en contra de los intereses que dice representar.
En este escenario, el PSOE se encuentra en una encrucijada. La aceptación —legal, aunque controvertida— de la liberación de Ángel González ha obligado al Grupo Municipal a encarar una cascada de reproches en un debate tenso, sin espacio para la mesura. La situación revela una fragilidad interna preocupante y una notable dificultad para articular una dirección clara en un momento clave.
Mientras tanto, el Partido Popular emerge reforzado. Su capacidad para gestionar los tiempos, mantenerse al margen del conflicto y consolidar su liderazgo le permite avanzar con mayor firmeza, mientras sus adversarios tropiezan en el intento de construir una alternativa cohesionada.
Con la legislatura alcanzando su ecuador, las tendencias comienzan a invertirse. El equipo de Gobierno empieza a vislumbrar la recuperación de contratos de servicios que llevaban años a la deriva, lo que refuerza su capacidad ejecutiva. Esa inercia política, si se mantiene, puede inclinar la balanza a favor de la bancada popular, fortalecer aún más la mayoría de la que goza y acentuar las grietas de una oposición debilitada por sus propias contradicciones.














