



La Feria de Primavera, durante décadas emblema del orgullo portuense y expresión viva de nuestra identidad colectiva, atraviesa una crisis estructural que ya no puede seguir siendo ignorada. Si no se acomete un giro de timón urgente, valiente y meditado, corre el riesgo de seguir la estela del Carnaval: de ser un referente social y cultural a convertirse en un trámite festivo más, sin alma, sin raíces, sin futuro.
Ni el calor ni la lluvia son el problema. El verdadero desgaste es de modelo. La Feria ha dejado de ser esa cita reconocible y entrañable que muchos marcaban con ilusión en el calendario. Hoy se percibe como una celebración tardía, incómoda, costosa e intrascendente. Una fiesta desdibujada, donde el esfuerzo colectivo se ha ido diluyendo hasta dejar un evento que se sostiene, cada vez más, sobre inercias y compromisos.
La progresiva desconexión con la ciudadanía es evidente. Cada vez son más las familias que optan por escapadas a otras ciudades o que acuden solo por cumplir, ya bien entrada la tarde. Muchos, incluso, comen fuera del recinto ferial. La implicación de hermandades, asociaciones y clubes deportivos —verdadera columna vertebral del modelo tradicional— ha sido sustituida por cáterings impersonales. El resultado es una feria sin calor humano, sin complicidad, sin ese sentimiento de comunidad que antes le daba sentido.
Montar una caseta hoy es casi un acto de heroísmo. Los costes son inasumibles para la mayoría, los márgenes estrechos y la rentabilidad, incierta. Lo que antes era un privilegio hoy se ha convertido en una carga para unos pocos valientes. Ya no hay lista de espera. El descenso en el número de casetas y los huecos vacíos en el Real no son una anécdota, sino un síntoma claro de un modelo que se agota. Cuando clubes históricos, entidades sociales o partidos políticos deciden no participar, el mensaje es inequívoco: la Feria ha dejado de ser atractiva.
Tampoco ayuda el estado del recinto. Durante el resto del año permanece abandonado, sin mantenimiento. Lo que antes era albero hoy es tierra suelta y polvorienta. Las aceras presentan bordillos rotos, las calles se remiendan a última hora y la puesta a punto llega siempre tarde. Este año, el acondicionamiento final se ejecutó el mismo día del encendido, a contrarreloj. En ediciones anteriores, incluso las conexiones eléctricas se realizaron el día de apertura. Una celebración de esta magnitud no puede seguir funcionando a golpe de improvisación.
Y hay un deterioro más sutil, pero igualmente preocupante: la pérdida del ambiente. Encontrar sevillanas en el Real se ha convertido en una rareza. La música tradicional ha sido desplazada por éxitos internacionales que poco o nada tienen que ver con nuestra cultura. La Feria ha perdido su banda sonora. De poco sirve regular el volumen si, al acabar el horario permitido, altavoces gigantes siguen sonando con estilos musicales que rompen cualquier rastro de autenticidad. Una Feria sin sevillanas, sin identidad sonora, corre el riesgo de convertirse en un botellón con luces de colores. Y eso no es —ni puede ser— la Feria de El Puerto.
Ante este escenario, urge una reflexión seria. La Feria necesita planificación profesional, visión a largo plazo y una apuesta firme por recuperar su esencia. No basta con salir del paso un año más. Hay que repensarla desde sus cimientos. Escuchar a quienes la han sostenido durante años. Incentivar la participación de colectivos, hermandades, asociaciones. Apostar por un modelo más dinámico, asequible, sostenible y, sobre todo, genuinamente portuense.
El espejo del Carnaval debería bastar como advertencia. También fue grande. También tuvo su público, sus peñas, su programación. Hoy es una sombra de lo que fue. La falta de renovación, de implicación institucional y de conexión con la ciudadanía lo empujaron hacia la irrelevancia. Nadie pensó que pudiera pasar... hasta que pasó.
No dejemos que la Feria siga el mismo camino.
Sin un cambio profundo, sin una revisión valiente de su modelo organizativo, la Feria dejará de ser lo que fue. Y no hay mayor error que suponer que repetir cada año basta. La sociedad ha cambiado. El ocio es cada vez más competitivo, dentro y fuera de la ciudad. El público ya no se conforma: compara, valora y decide. Si la Feria no se adapta, si no mejora, si no ofrece algo distinto, quedará relegada al olvido.
La excelencia ya no es una opción. Es una necesidad.












Luz verde al proyecto de ampliación del Santa María del Puerto







