¡Hay que ver cómo está todo!

Opinión14/03/2025 Araceli Sánchez Jiménez
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Un grafiti en la calle Ganado.

El hombre de las palabras iba repartiéndolas por todos los pueblos y ciudades con su saca al hombro. Algunos le llamaban el tío del saco y lo utilizaban para asustar a los niños.

Cuando llegó al río Guadalete —y mira que iba con cuidado, pues le habían advertido de los poderes del río y no quería olvidarse de nada—, comenzó a recitar el alfabeto para anular su influjo, tal como le habían aconsejado. Pero, en pleno esfuerzo, tropezó con un boquete del acerado y... cataplas, el saco cayó al agua.

Muy apurado, le pidió una caña a un pescador del puente y rescató el bulto. Sacó los papeles y los tendió sobre unas retamas para que se secaran. Pudo recuperar casi todos, pero había uno con la palabra completamente borrada. Solo recordaba que empezaba por man- y terminaba en -miento, pero por más que intentó imaginar de qué palabra se trataba, no lo consiguió.

Compungido, llegó al Ayuntamiento y contó lo sucedido. Después de amonestarle seriamente, le encargaron su recuperación.

Pasaron los años y la ciudad comenzó a deteriorarse. Se agrietaban los edificios, las jardineras del parque Calderón se venían abajo, las aceras se llenaban de boquetes, las fachadas y cornisas se desmoronaban. Y la gente, resignada, repetía frases como:

—¡Hay que ver cómo está todo!
—¡Qué se le va a hacer!
—No se respeta nada, hay mucho salvajismo.
—¿Para qué van a poner columpios si los van a romper?
—Se han caído varias cornisas y no ha pasado una desgracia porque Dios no ha querido.
—Metí el pie en un boquete y me hice un esguince.
—Las raíces de los árboles tienen la culpa de todo, rompen todos los suelos.
—Las ramas no hacen más que caerse.
—¡Esto no tiene remedio!

Más años pasaron, y un día el hombre del saco regresó al Ayuntamiento.

—Quiero hablar con el alcalde.
—¿Tiene usted cita?
—No.
—Pues vaya a aquella máquina y saque un ticket.

Se peleó con la máquina y, por fin, le dio cita… ¡para tres meses más tarde!

Desesperado, murmuró:
—¿Y ahora qué hago yo?

Uno de la cola le dijo:
—Pregúntaselo a la IA.
—Pero si a mí no me hace falta eso…
—Ya, pero eso viste mucho.

Se fue rumiando el asunto.

A la mañana siguiente, un misterioso grafiti apareció en la ciudad:

"LA IA DICE QUE LA PALABRA PERDIDA ES MANTENIMIENTO".

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