Germán y su séquito, emulando a nuestros pretéritos Cargadores a Indias, gestaron en algún hueco de su abultada agenda “municiprovincial” la ocurrencia de hacer las Américas y, en elección pública y democrática, designó a los compañeros de viaje: un incombustible conocido desde décadas por su influencia consistorial, un amiguete concejal de seguridad ciudadana imputado en el caso de corrupción de Puerto 3, un allegado parlamentario andaluz del PP y, para completar el taxi, una camarógrafa con alas, encargada de inmortalizar la efemérides para generaciones futuras y quién sabe si para exponerse en alguna sala del Palacio de Araníbar junto a los predecesores de las Américas.
Elegida la tripulación, y tras asegurarse financiación pública, al parecer del ente provincial que vice preside, y otras esponsorizaciones de origen no trascendido para atender los gastos de tan nutrida representación, y tras quedar absorto y encantado de la propia imagen que refleja su espejo, el cargador y almirante de la expedición el sr. Beardo pensó que su sola presencia y la repercusión del Puro Latino eran el mejor bagaje para conquistar tierras argentinas e instaurar un libre comercio entre la ciudad Bonaerense y el Puerto Menesteo. Ciudades ambas gobernadas por líderes de ideologías similares, que propiciarían un flujo de intercambio de ida y vuelta de no sabemos qué, más allá de refrescar letrillas de colombianas, guajiras y habaneras.
Sea como fuere, el cuarteto de Beardo y la figurante cronista alada, cruzaron el charco, posaron y reprodujeron escenas de su estancia en la urbe del río de la Plata para regocijo propio y envida de extraños. Y aquí seguimos sin saber muy bien qué coño hacían tan lejos para hacerse cuatro fotografías con algunos personajes que no creo que se queden en ninguna retina de sus paisanos portuenses, y una entrevista en un medio en el que, posiblemente, nuestro primer edil manifestó su deseo de dedicar la próxima feria a la ciudad de Buenos Aires, ya que no creo que haya ningún bonaerense que no conozca a nuestra ciudad y esté deseando tomarse un rebujito en la caseta municipal, por supuesto, a escote.
Ya narrará algún medio afín las bondades y beneficios de tan épica y extraordinaria gesta, que cual sainete justifique la ausencia del alcalde, de su alter ego y de su concejal de Policía, de sus obligaciones consistoriales y dejar a la ciudad en manos del lugarteniente Bello, segundo del oráculo, que quizá albergaba la esperanza de que, ensimismados por el tango, el cargador y su séquito se convirtieran en porteños y se afincaran sine die allende los mares.
Pero no hay sueño que no tenga despertar y regresaron, suponemos que felices y con un alto grado de pérdida de memoria, pues hasta el día de hoy no han sido capaces de explicar una sola razón que justifique su periplo argentino y de demostrar cómo se sufragaron los billetes y gastos de toda la tripulación.
José Luis Romero Pacheco
Abogado