







La protesta ciudadana estalla en El Puerto ante un modelo de ocio que muchos consideran insostenible. El foco está puesto, una vez más, en Puerto Sherry y su impacto en la convivencia, el medioambiente y la identidad de la ciudad.
Puerto Sherry vuelve a situarse en el centro del debate público este verano. Lo que durante años fue emblema de modernidad y proyección turística para El Puerto de Santa María, es hoy epicentro de un malestar ciudadano que ya no se expresa solo en conversaciones privadas, sino en pancartas, concentraciones y denuncias formales. Bajo el lema “Esto no es ocio, es un modelo destructivo”, cientos de vecinos salieron a la calle este lunes para exigir un cambio de rumbo.
La convocatoria, promovida por la plataforma El Puerto para Vivir, se celebró en el Paseo de La Puntilla, justo frente a los chiringuitos que cada noche concentran el bullicio de un ocio cada vez más masificado. A la protesta se sumaron asociaciones vecinales, colectivos ecologistas y representantes del tejido social local. El mensaje fue claro: el actual modelo turístico está degradando el entorno, tensionando la convivencia y expulsando progresivamente al residente.
Chiringuitos que ya no lo son
El foco de las críticas gira en torno a los establecimientos que, bajo licencias temporales de chiringuito desmontable, funcionan de hecho como discotecas al aire libre. “Lo desmontable se ha convertido en permanente. Y lo que debía ser complementario, es ahora la norma”, denuncian desde la plataforma convocante.
Ecologistas en Acción ha puesto el acento en las irregularidades detectadas: estructuras fijas no autorizadas, espectáculos musicales programados cada noche, altos niveles de contaminación acústica y residuos acumulados en el litoral. “Nos están expulsando de nuestras propias playas”, señalan los vecinos del entorno, alarmados por el deterioro ambiental de un espacio protegido que cada verano sufre una ocupación intensiva sin control aparente.
La lanzadera, punto de inflexión
El clima de tensión se agravó con la implantación de un servicio de lanzadera nocturna que conecta Puerto Sherry con la zona de la Plaza de Toros durante los fines de semana. Financiada por empresarios del sector del ocio y ejecutada con vehículos del transporte urbano, esta línea no cuenta —según denuncian los convocantes— con amparo legal en la red oficial de transporte.
La crítica no solo apunta al uso de medios públicos para fines privados, sino a la opacidad en la gestión y la falta de garantías que debería tener cualquier servicio público. “Se está normalizando una forma de operar que no respeta ni la legalidad ni el interés general”, afirman desde El Puerto para Vivir.
Un malestar transversal
La movilización del lunes no es un hecho aislado. La Federación Local de Asociaciones de Vecinos (FLAVE) fue de las primeras en denunciar lo que considera un “modelo de ciudad al borde del colapso”. También han alzado la voz asociaciones como la del Pueblo Marinero de Puerto Sherry, cuyo representante, Carlos Verdión, alertó de que “está en juego el futuro del Puerto como espacio habitable”.
La protesta congregó a vecinos de diferentes zonas del municipio, reflejo de un hartazgo que ya no se limita a núcleos concretos. Pablo Aguayo, de Ecologistas en Acción, describió la situación como “un calvario que va de Semana Santa a septiembre”, y apuntó al riesgo de incendio por la acumulación de botellas y residuos en los pinares próximos. “El problema no es el ocio, es la falta de control y de planificación”, subrayó.
En muchos de los testimonios recogidos durante la concentración se repetía una misma sensación: la de haber perdido el verano. “Esto ya no es El Puerto de antes”, se lamentaba una vecina del centro histórico. “El turismo se ha transformado en un fenómeno que nos margina, nos encarece la vida y nos impide descansar”.
Macroeventos y saturación
La denuncia ciudadana coincide con la celebración de dos grandes eventos que acaparan titulares y asistentes: el Puro Latino Fest, que este año reunió a 125.000 personas en Las Banderas, y el próximo Cabaret Festival, previsto en agosto en la Plaza de Toros. Ambos se presentan como dinamizadores de la economía local, pero para buena parte de los residentes son sinónimo de colapso.
Los problemas de tráfico, la escasez de transporte público nocturno, la falta de alojamientos regulados y el auge de los pisos turísticos agravan un escenario ya de por sí complejo. “No se puede seguir apostando por un modelo basado únicamente en atraer masas sin pensar en la ciudad que queda el resto del año”, apuntan desde la plataforma vecinal.
Sin respuesta del Ayuntamiento
Las críticas se dirigen con claridad al alcalde Germán Beardo y al equipo de Gobierno municipal. Se les acusa de haber dejado crecer un modelo sin controles, sin fiscalización y sin estrategia clara. Entre las demandas de los colectivos se incluyen una revisión urgente de las licencias de los locales de ocio, una mayor vigilancia medioambiental y el refuerzo del transporte público con garantías legales.
Este medio ha intentado recabar la versión del Ayuntamiento de El Puerto de Santa María respecto a las denuncias formuladas. Al cierre de esta edición, el equipo de Gobierno no ha ofrecido respuesta ni ha emitido declaración oficial.
¿Qué modelo de ciudad?
Más allá del debate estacional, la situación plantea una cuestión de fondo: ¿qué ciudad quiere ser El Puerto de Santa María? El dilema entre promoción turística y calidad de vida no es nuevo, pero cada año gana más peso. Los promotores del modelo actual defienden su capacidad para generar ingresos y empleo; sus críticos insisten en que los beneficios no revierten de forma equitativa en la ciudadanía.
“Estamos ante un modelo que no genera riqueza real. Lo que deja es ruido, basura y presión sobre el entorno”, sostienen desde El Puerto para Vivir. En la concentración se vieron pancartas que hablaban de vivienda, de descanso, de especulación y de futuro. Un mensaje compartido por colectivos que aseguran no responder a intereses partidistas: “Defendemos El Puerto, no a ningún partido político”.
Puerto Sherry, señalado
Lo que ocurre en Puerto Sherry es, para muchos, el síntoma más visible de una deriva más amplia. Un enclave concebido como zona náutica y residencial que hoy concentra un tipo de ocio intensivo y de corta estancia, con efectos directos sobre la calidad de vida en su entorno. Para algunos, es solo una etapa del verano. Para otros, es una emergencia vecinal y ambiental que exige decisiones urgentes.
Y este verano, el termómetro ha rebasado los límites. No solo en grados centígrados. También en decibelios, en residuos, en frustración ciudadana. El Puerto, que aspira a consolidarse como destino cultural, natural y familiar, se asoma ahora al espejo de Puerto Sherry con una pregunta incómoda: ¿vamos en la dirección correcta?
La ciudadanía ya ha empezado a responder. Falta saber si las instituciones escucharán.








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