La necropolítica

El Acimut Porteño17/12/2025 Ángel Quintana
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Hace unos días, con ocasión del aniversario de la trágica dana de Valencia, oí a Ione Belarra hablar de un término tanto curioso como polémico: “la necropolítica”. Hacía referencia a las decisiones que, por acción u omisión, eran tomadas o ignoradas por responsables políticos y, a la postre, producían víctimas o sufrimiento vital directo o indirecto en la ciudadanía. 

Parece que hay consenso en que se podrían haber evitado muertes en dicha tragedia natural con un mensaje que alertara y concienciara a la gente para que no se expusiera o intentara salvar enseres in extremis de las aguas torrenciales. Personalmente pienso que sí, aunque muchas de esas pérdidas fuesen inevitables por las condiciones del terreno o las construcciones convertidas en trampas mortales para las personas que se cobijaban en ellas. 

La responsabilidad penal y civil la tiene que marcar un juez pero es cierto que, en muchos casos, los políticos son grandes inconscientes de las nefastas repercusiones que la dejación de funciones o “procrastinamiento administrativo” pueden causar en la vida o salud de los administrados.

Referenciaba Belarra la Guerra de Irak como causa de los atentados del 11-M en Madrid, los protocolos de las residencias de ancianos en la comunidad madrileña en la Pandemia o el caso de los cribados en el cáncer de mama en Andalucía, como claros ejemplos de supuesta negligencia política con consecuencias dramáticas. 

Parte de razón no le falta. En la política, sea cual sea el nivel de la administración en la que se ejerza, el estar o no estar en las cosas puede marcar para siempre el destino de las personas.

A nivel municipal, recalcando la distancia y la menor gravedad respecto a los casos aludidos por Belarra por supuesto, me vienen a la cabeza varios ejemplos que, ocurridos en nuestra ciudad o en otras localidades, nos introducen en esta polémica de lleno: terrazas sobredimensionadas que por falta de control impiden la libertad de personas con movilidad reducida, desperfectos en acerados que causan lesiones graves a viandantes, semáforos que no funcionan y se cobra la vida de alguien o son el origen de accidentes de tráfico, chiringuitos sin control con exceso de ruido que son denunciados por afectar a la salud de los vecinos, huelga de policías locales que disminuye los efectivos en las calles, locales sin la licencia preceptiva que incumplen el código técnico, acontecimientos multitudinarios cuya apertura de puertas al público está cogida con pinzas, instalaciones deportivas con falta de mantenimiento que ponen en constante riesgo a los deportistas de base, cabalgatas multitudinarias con carrozas sobredimensionadas en un viario estrecho y un largo etcétera que sitúa en potencial peligro a los ciudadanos que participan en estos acontecimientos.

Detrás de cada una de esos ejemplos de contingencia hay un responsable político, un cargo con competencias empoderado por la ciudadanía para velar por el bienestar colectivo y la seguridad en la vía pública.

Cuando estos responsables se ponen la máscara electoral, se refugian en el márketing o en los privilegios del cargo se despegan de la realidad y se desconectan del mundo. Viajitos, apariciones estelares en redes sociales y protocolos superficiales, enturbian diariamente el cristal de la responsabilidad. 

La sociedad no puede dejar a su suerte bajo el parámetro del dicho “demasiadas pocas cosas pasan” la salud colectiva. El político debe estar y no solo parecer o, mejor dicho, ser (responsable con mayúsculas siempre) y aparecer en el lugar que se le espera.

Por fortuna para nosotros aún existen Rufianes que, por burdos que parezcan, les mostrarán a los políticos despistados la cuerda a la que se aferra la vida, la vida real de la que muchos de ellos se aíslan pensando que el cargo es una prebenda de su propia carrera profesional para curtir su ego y no un servicio público permanente, un sacrificio personal por el interés y el bien común.

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