





El Domingo de Ramos del año pasado quedó grabado como una herida sin cerrar en el corazón de la Hermandad de la Flagelación. La amenaza de lluvia forzó a detener la ilusión en seco, y el Cristo atado a la columna no pudo caminar su camino de entrega. Este año, en cambio, la historia fue otra. El barrio de San Joaquín volvió a respirar incienso, volvió a escuchar el golpe del llamador y a sentir el escalofrío de su cofradía en la calle.
La Flagelación se reencontró con su gente. Y ese reencuentro fue mucho más que un desfile procesional: fue una declaración de fidelidad, una respuesta de fe. Una de las cofradías más clásicas de El Puerto demostró que el alma de los antiguos no se desvanece, solo espera su momento para volver a latir con fuerza.
La jornada tuvo sabor a tradición, pero también aroma de novedad. El misterio desfiló con nuevos sones, contundentes, solemnes, marcados por la Banda de Cornetas y Tambores del Santísimo Cristo de la Sangre, de la Hermandad de San Benito, de Sevilla. Una incorporación que imprimió carácter, como si la madera del paso retumbara al compás de una historia mil veces contada y siempre esperada.
Tras Él, la Virgen. María Santísima de la Amargura volvió a recorrer las calles con esa elegancia silenciosa que embelesa. Bajo el palio, sonaron las marchas de la Banda de Música Nuestra Señora Madre de la Consolación, de Huelva, en una conjunción perfecta entre dulzura y solemnidad. Este año, la Señora estrenó una nueva toca de sobremanto, bordada en los propios talleres de la Hermandad bajo la dirección de Alberto Florido. También lució un nuevo puñal, salido de las manos del orfebre José Ismael. Detalles que hablan del cuidado, del mimo, de una devoción que se expresa en oro, hilo y plata.
El Señor, por su parte, brilló con potencias nuevas, trabajadas por Miguel Ángel Cuadros, de San Fernando, que parecían brotar de su cabeza como rayos de una divinidad herida, pero no vencida.
Y entre los pasos, la alegría contenida de una Hermandad que también construye su futuro. Este año se ha culminado la primera fase de la remodelación de su Casa de Hermandad, un proyecto que no solo mejora infraestructuras: simboliza una nueva etapa, una apuesta por crecer sin dejar atrás lo esencial.
El barrio se volcó. San Joaquín vivió su día grande con esa mezcla de recogimiento y orgullo que solo las cofradías de raíz saben transmitir. Y en cada esquina, en cada mirada, en cada aplauso, se notaba que El Puerto también necesitaba este reencuentro.
Porque la fe de los clásicos no envejece. La Flagelación no solo salió: volvió a palpitar. Volvió a marcar el paso de una Semana Santa que, por momentos, parecía recuperar todo su esplendor perdido. Y en ese latido estaba el alma de un pueblo que nunca dejó de creer.















